El duelo es el proceso que se da justo después de sufrir una pérdida, sea de un ser querido, la finalización de una relación de pareja, la pérdida de un empleo, etc. Es un proceso en el cual se realiza una adaptación emocional, y a todos los niveles, en función del tipo de pérdida. La psique reacciona, reconoce y acaba aceptando finalmente la nueva situación, provocando los cambios necesarios para la continuación de la vida de forma saludable. En él, se elabora lo sucedido y finalmente, se produce la adaptación al cambio tras el suceso vital estresante acaecido.
Aunque cada duelo es único, el proceso pasa por diferentes etapas. Estas fases se dan independientemente del suceso, aunque no siempre se dan todas, ni en el mismo orden.
Las fases pasan desde la negación en un principio y la evitación, en la que la tristeza es profunda y el llanto frecuente, hasta la aceptación total.
En la siguiente fase del duelo se da el enfado, la ira y la rabia, que son las emociones más habituales, acompañadas de la angustia. Las actividades que antes eran interesantes, pierden sentido y se da un dolor agudo junto con la nostalgia al recordar lo perdido. Aparece la culpa y el no permitirse estar bien o al menos con paz, aparece el autocastigo.
Después, viene el momento de la negociación o momento en el que se tratan de entender los pros y los contras de la pérdida y se intentan buscar soluciones, aun siendo conscientes de que es imposible lo buscado.
Finalmente, el dolor emocional, momento en el que se experimenta la tristeza y se vive. Por último, la aceptación en la que se asume la pérdida y se hace un cambio de visión en la situación sin lo perdido, hasta gradualmente conectarse totalmente con la vida diaria. Los recuerdos traen sentimientos con cierta tristeza, pero no impiden continuar con la vida diaria y ser capaz de ser feliz independientemente de lo acontecido y sin sentir culpa.
Recomendaciones para los menores: hay que acompañarlos, siempre explicando la realidad, adecuando lo que les decimos a su edad y comprensión; tranquilizarles, y explicarles que no es culpa de nadie y sobre todo ayudarles e invitarlos a exteriorizar sus sentimientos y responder a cuantas preguntas necesiten formular en relación a la pérdida.
Recomendaciones para los adultos: hay que darse permisos, permisos para sentir la pena, para descansar, para llorar, tomarse tiempo, expresar emociones, hablar de lo sucedido, de los recuerdos agradables y desagradables, compartir el dolor, no descuidar la salud, aplazar las decisiones importantes en la medida de lo posible y no tomarlas en pleno proceso.
Cuando el proceso se alarga en el tiempo y el sufrimiento no cede, incluso hasta el punto de producir cambios: baja laboral, abandono de estudios, de actividades que antes amabas hacer, aislamiento social. Cuando te asaltan pensamientos continuos, recuerdos (normalmente siempre lo positivo), te invade la tristeza. Cuando te sientes culpable de poder pasarlo bien y estar en equilibrio, te autocastigas a ti mismo o misma, tus pensamientos son ya automáticos y te generan emociones negativas. Cuando incluso llegas a somatizarlo (taquicardia, sensación de falta de aire, presión, agobio, llanto continuado, etc.), ha llegado el momento de acudir a una profesional de la psicología acreditada y a ser posible con experiencia.